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viernes, 18 de septiembre de 2009

El Islam y la herencia griega: el fin de un mito

RODRIGO AGULLÓ

Europa debe al Islam la recepción del patrimonio cultural y filosófico griego. La sabiduría griega, olvidada durante los siglos oscuros de la alta Edad Media, fue transmitida a Europa por los pensadores musulmanes. Filósofos como Avicena y Averroes, y los traductores abbasidas o de la Escuela de Toledo, habrían hecho posible la eclosión filosófica en Occidente. Los comentadores árabes de los filósofos griegos conciliaron la racionalidad y la Religión. De este modo, si Europa es a la vez griega y cristiana, lo es gracias al trabajo filosófico musulmán. La unión de la razón y de la fe tuvo lugar en… Bagdad. La luz viene de Oriente…
Ésta es la vulgata que ha prevalecido en la versión oficial de la historia cultural europea durante las últimas décadas. Un relato que presenta a una Europa sumida en la oscuridad y en la barbarie, a la zaga de un Islam ilustrado al que debería su despegue cultural. La moraleja final es que Europa debe reconocerse en sus raíces arabo-musulmanas, y aceptar su esencia multicultural.
Una versión oficial que salta en pedazos en una obra recién publicada en Francia: Aristóteles en el Monte Saint-Michel. Su autor, el medievalista Sylvain Gouguenheim, es profesor de Historia y especialista en las cruzadas y en las órdenes militares medievales. Para el autor, esta imagen del “Occidente bárbaro” frente al Islam ilustrado es una idea sesgada que deriva más de los prejuicios ideológicos que del análisis científico. Y la tesis según la cual Aristóteles y otros autores griegos se habrían perdido definitivamente para Europa de no ser por el Islam es falsa.

Un análisis sin concesiones

Gouguenheim señala que esta historia se sustenta en la omisión de una parte fundamental de la realidad cultural europea en la alta Edad Media. Se olvida la supervivencia de la cultura clásica en el Imperio bizantino, así como la importancia de los intercambios culturales y la circulación de estudiosos y de manuscritos entre Bizancio y Occidente. Se omite la permanente atracción por la Grecia antigua en los focos culturales de los primeros siglos de la Edad Media. Se pasa por alto el componente cultural griego en la religión cristiana, y la labor de los traductores del griego al latín. Se desestima el papel de los cristianos de oriente, y el de los sabios nestorianos que, en un esfuerzo secular de traducción del griego al siríaco y del siríaco al árabe, conservaron el saber griego y lo transmitieron a sus conquistadores musulmanes.
También se subestima la existencia de activos centros de mantenimiento de la cultura griega en Europa, como Sicilia, Roma o Salerno. Y sobre todo, se ignora la obra inmensa de traducción de Aristóteles llevada a cabo a comienzos del siglo XII, en pleno corazón de Europa, por Jacobo de Venecia y los monjes del Monte Saint-Michel. Un episodio que constituye el “eslabón perdido” en la historia del paso de la filosofía aristotélica desde el mundo griego al mundo latino.
La obra de Gouguenheim pone de relieve cómo la helenización del mundo islámico —obra sobre todo de árabes cristianos— fue mucho más limitada de lo que normalmente se piensa. Y por otra parte, subraya el carácter ajeno al mundo griego de gran parte de la filosofía islámica de Avicena o Averroes.
Quede claro que este historiador francés no pretende sustraer méritos ni a la labor de los intelectuales musulmanes ni a la importancia de la cultura islámica. Lo que trata es de situar las cosas en su justo término. Para Gouguenheim “la historia del desarrollo cultural de la Europa medieval, y en particular la reapropiación del saber griego, densa y compleja, no obedece al esquema demasiado simple y lineal que se impone hoy en día”. El objetivo del historiador frnacés es apuntar al reequilibrio científico de una visión unilateral y sesgada.”

Extraños compañeros de cama

Como no podía ser menos, el libro ha provocado un considerable escándalo. El establishment intelectual se ha rasgado las vestiduras, y ha tocado a degüello. Con el talante democrático y el amor por la libertad de expresión que les caracteriza, los doctores del multiculturalismo han respondido. No con la refutación, sino con el insulto. Y con la llamada al “policía del pensamiento” de turno. En un manifiesto de “56 investigadores internacionales” aparecido en Liberation (un manifiesto siempre es preceptivo en estos casos) los “abajofirmantes” denuncian el intento de “revisión” de la historia y el “racismo cultural” del autor. En el mejor estilo neo-estaliniano, las peticiones e invectivas aluden a las supuestas “reservas mentales” del autor, y alertan sobre sus presuntas “amistades”. Un grupo de profesores y alumnos de la Escuela Normal Superior (centro de trabajo de Gouguenheim) ya han exigido una encuesta interna. El editor está teniendo problemas. Y ya desmelenado, el padre de la criatura del “Islam de las Luces”, el filósofo Alain de Libera, lanza una fatwa contra “los amantes de las cruzadas que llaman al público a la gran movilización contra los “sin papeles””. En resumen, el recital argumentativo habitual de los héroes de la tolerancia multicultural: ¡racista, ¡fascista!, ¡fascista!, ¡maldito!, ¡maldito!
En vano el autor ha rechazado toda vinculación con la extrema derecha, y en vano ha recordado que pertenece a una familia de antiguos resistentes, a cuyos valores permanece fiel. Pero lo más irónico del caso es lo siguiente.
El libro de Gouguenheim incluye un anexo con una carga de profundidad contra la orientalista alemana Sigrid Hunke. En un libro de notable repercusión publicado en 1960, El Sol de Alá brilla sobre Occidente, Hunke venía a decir que nada en el medioevo cristiano tenía valor si no tenía un origen árabe o musulmán. Apoyándose en multitud de ejemplos, la autora presentaba un Islam civilizador, pionero y de genio excepcional, al cual Occidente debería prácticamente todo: filosofía, matemáticas, ciencia experimental, tolerancia religiosa etc.
Gouguenheim desvela el trasfondo ideológico de la autora: miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) desde 1937, Sigrid Hunke realizó su tesis doctoral en la Universidad Humboldt de Berlín, bajo la dirección del teórico racialista Ludwig Ferdinand Clauss. A partir de 1940 colaboró en las actividades de la Germanistichen Wissenschafteinsatz de las SS, y obtuvo una beca del instituto Ahnenerbe (Herencia Ancestral) patrocinado por las SS. Con el apoyo personal del Reichsführer Himmler, entró en contacto con el Gran Mufti de Jerusalem, Al-Husseini, colaborador del III Reich en Oriente Medio.
El pensamiento de Hunke se inscribía en un retorno a los valores ancestrales de la Alemania pagana apoyado desde importantes sectores de la Alemania nazi, y estaba orientado por una marcada hostilidad al cristianismo, al que juzgaba ajeno al alma alemana y oriental. En contraste con ello —señala Gouguenheim— Hunke veía en el Islam la antítesis absoluta del judeocristianismo: una civilización que aúna la energía marcial con el refinamiento cultural. En virtud de sus tesis, esta autora no ha dejado de ser periódicamente revisitada por extremistas de izquierda y de derecha.
Vemos por tanto que, puestos a buscar “amistades peligrosas”, al filo-arabismo de nuestros días también podrían salirle extraños compañeros de viaje.
En cualquier caso, como señala Sylvain Gouguenheim en su libro, no es el sol de Alá, sino el sol de Apolo el que brilla sobre Occidente.

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