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domingo, 30 de octubre de 2011

Las Navas de tolosa

 A cinco kilómetros de SANTA ELENA, el pueblo mas septentrional de la provincia de Jaén, junto al paso de DESPEÑAPERROS, existe un paraje donde los restos de armas antiguas son tan abundantes que durante siglos han surtido a los labriegos de la comarca del hierro necesario para la fabricación de sus herramientas. Es el campo de batalla de las Navas de Tolosa.

  El combate ocurrió en el año 1212, pero en realidad, toda la historia comenzó mucho antes. Cuando el califato de Córdoba se descompuso en un mosaico de pequeños estados (los llamados reinos taifas), los reinos cristianos del Norte aprovecharon la oportunidad para ampliar sus fronteras hasta el río Tajo y tomara Toledo. Los débiles reyezuelos de taifas tuvieron que comprar la paz y la protección de los monarcas cristianos pagando crecidos tributos anuales.

  Por aquel tiempo los almorávides, una confederación de tribus bereberes, habían forjado un poderoso imperio que se extendía por lo que hoy es Marruecos, Mauritania, parte de Argelia y cuenca del río Senegal. La creciente presión cristiana no dejaba más alternativa a los cada ves más débiles reyezuelos andalusíes que solicitar ayuda a los almorávides. Pero no se atrevían a dar este paso porque temían que sus rudos correligionarios del desierto se prendaran de las fértiles huertas y populosas ciudades de al-Andalus y se las arrebataran. Finalmente el rey Motamid de Sevilla se atrevió a dar el paso decisivo y firmó un pacto con el sultán almorávide. Prefería, alegó, ejercer de camellero en Africa a ser porquero en Castilla.

  Los almorávides enviaron un ejército que derrotó a los castellanos en Zalaca o Sagrajas (1086). Después ocurrió lo que se temía: barrieron a los reyezuelos de taifas, unificaron al-Andalus y lo incorporaron a su imperio. Como suele ocurrir, los fieros vencedores acabaron siendo conquistados por la superior cultura de los vencidos y los nuevos conquistadores se aficionaron al refinamiento de la sociedad hispanomusulmana, suavizaron sus costumbres y se civilizaron. Es decir, desde la óptica fundamentalista, se corrompieron. Hacia 1140 la fortaleza moral y el militarismo de los almorávides se habían mitigado tanto que su imperio se fraccionó y en al-Andalus volvió a aparecer una generación de pequeños reinos taifas tan débiles como los anteriores. La balanza del poder militar se inclinaba de nuevo hacia los reinos cristianos.

LA AMENAZA ALMOHADE

  La decadencia almorávide favoreció el surgimiento de un grupo beréber en los macizos del Atlas, que se rebeló contra los almorávides y formó una confederación de cábilas regentada por dos asambleas de jeques. Tras los violentos combates, los almohades conquistaron el norte de Africa y pusieron sus ojos en al-Andalus. Sus califas adoptaron el título de Miramamolín (Amir ul-Muslimin) o Príncipe de los Creyentes.

  Al rey Alfonso VII de Castilla no se le ocultaba el paralelismo de la nueva situación con la del período anterior. Por lo tanto se propuso evitar el fortalecimiento de los reinos de taifas o el intervencionismo, ya iniciado, de los almohades.

  Alfonso VII logró asegurarse los pasos que comunican Andalucía con la Meseta y en una audaz expedición conquistó el puerto de Almería (1147), pero a la postre la empresa resultaba excesiva para las fuerzas de Castilla e incluso para las del propio rey, que al regreso de una de sus expediciones se sintió enfermo y expiró un caluroso día de agosto bajo una encina del puerto de Fresneda, en Sierra Morena.

  Muerto el rey, toda su obra en Andalucía se desmoronó al instante y sus temores no tardaron en confirmarse. Los almohades atravesaron Sierra Morena y atacaron Castilla: el nuevo rey Alfonso VIII, intentó contenerlos en Alarcos (1195), pero sufrió una tremenda derrota.

  Después de Alarcos Castilla no tenía nada que oponer a la furia africana. Los almohades asaltaron la plaza fuerte de Calatrava, cuya guarnición pasaron a cuchillo, y alcanzaron en sus correrías hasta las puertas de Toledo y Madrid. La línea del Tajo apenas podía contenerlos. Sin embargo el prolongado esfuerzo de uno y otro bando y los aconteceres de la política interior del imperio almohade aconsejaron pactar. En 1197 Castilla y el Miramamolín concertaron una tregua de diez años.

  Alfonso VIII tenía, además, problemas con los reinos cristianos de León y Navarra: pactó con el rey de León para tener el flanco cubierto y luego cayó con todo su poder sobra los dominios de Sancho el Fuerte, rey de Navarra, su recalcitrante enemigo, al que obligó a firmar la paz.

  Después de las rencillas y guerras en el período anterior, el primer lustro del siglo XIII trajo laboriosa calma para todas las partes. Desde el desastre de Alarcos, Alfonso VIII solo vivía para preparar la revancha. En 1209, sintiéndose ya suficientemente fuerte, atravesó la frontera para atacar Jaén y Baeza mientras los freires de Calatrava iban contra Andújar. Después de este preludio bélico, los dos bandos preparaban la guerra.

  Alfonso VIII sólo contaba con la amistad de Aragón y tenía motivos para temer que León y Navarra atacarían su reino por el norte si concentraba su ejercito en el sur. Solamente el Papa podía garantizar la neutralidad de sus enemigos si declaraba Cruzada su guerra contra los almohades, lo que automáticamente obligaría a los otros reinos cristianos a respetar sus fronteras so pena de incurrir en excomunión.

  El Papa Inocencio III accedió. En los púlpitos se toda Europa se predicó la nueva Cruzada para mayo de 1212. Los que concurrieran e ella obtendrían plena remisión de los pecados. Además el Papa excomulgaría a cualquiera que pactara con los mahometanos y ordenó a los reyes cristianos que aplazaran sus discordias personales en favor de la magna empresa común.

  Por la parte almohade los preparativos no eran menos activos. Al-Nasir, el Miramamolín de los almohades, hijo del vencedor de Alarcos y de la esclava cristiana Zahar (flor), salió de Marraquech al frente de un gran ejercito en febrero de 1211. Al-Nasir tenía treinta años. Era, según una crónica árabe, alto, de tez pálida, barba rubia y ojos azules, valeroso, cauto y avaro. No hablaba mucho porque era tartamudo. Se decía que había jurado sobre el Corán conducir a sus tropas hasta Roma y abrevar sus caballos en el Tiber.

  El ejercito almohade se dirigió primero a Rabat y de allí a Alcazarquivir. Mientras tanto sus correos recorrían el imperio instando a los gobernadores a preparar lo necesario para la próxima y decisiva Guerra Santa. El ejercito almohade iba creciendo con las tropas que llegaban de su vasto imperio. Su magnitud planteaba problemas de administración y abastecimiento pero Al-Nasir procuraba enmendar lo yerros y estimulaba a sus colaboradores haciendo decapitar a los funcionarios incompetentes.

  Una potente escuadra aguardaba el ejercito en Alcazar Seguer. En mayo, las tropas cruzaron el Estrecho y desembarcaron en Tarifa adonde solícitos funcionarios de al-Andalus acudieron para homenajear al Miramamolín.

  Pasó un año antes de que los ejércitos se enfrentaran en una acción definitiva. En este tiempo Alfonso VIII hizo una cabalgada por Levante y llegó hasta el mar. Al-Nasir por su parte puso sitio a la plaza fuerte fronteriza de Salvatierra. La fortaleza resistió dos meses de riguroso asedio antes de entregarse. En este tiempo, dice un cronista, las golondrinas que habían anidado en la tienda de Al-Nasir, empollaron y sacaron sus crías a volar. Conquistada la plaza, el Miramamolín regresó a Sevilla e intensificó los preparativos guerreros.

  Poco después de caída Salvatierra falleció el infante Fernando de Castilla, todavía adolescente. La muerte de su hijo bienamado, que ansiosamente esperaba hacer sus primeras armas contra los almohades, apenó profundamente a Alfonso VIII. El rey buscó alivio a su dolor entregándose a una intensa actividad militar mientras duró el buen tiempo, y en invierno se enfrascó en los aspectos diplomáticos de la Cruzada.

LLEGAN LOS CRUZADOS

  En la primavera de 1212, los caminos de la Cristiandad se llenaron de cruzados cuya meta era Toledo. Los pobres iban a pie, mendigando por los caminos; los nobles, a caballo, seguidos de sus mesnadas. Entre ellos no sólo concurrían guerreros. También afluían muchedumbres fanatizadas de mujeres, jovenzuelos y personas inútiles para la guerra que acompañarían al ejército expedicionario compartiendo sus privaciones y sometidos a su suerte favorable o adversa.

  El primero en llegar fue el caballeroso Pedro II de Aragón, el amigo de Alfonso VIII, que aportaba tres mil caballeros con su correspondiente acompañamiento de peones. ¿Y los reyes de Navarra y de León? De estos no se esperaba que movieran un dedo para auxiliar a Alfonso VIII. Es más, el de Navarra sólo estaba esperando a que acabasen las treguas concertadas con Castilla para atacarla; el de León, por su parte, hizo saber que sólo se uniría a la Cruzada si le eran devueltos ciertos lugares y castillos fronterizos que reclamaba como suyos.

  A principios de junio llegaron cruzados de ultrapuertos, es decir los de fuera de la Península, capitaneados por el arzobispo de Narbona. Eran en su mayoría franceses aunque también los había italianos, lombardos y alemanes.

  El ejército almohade se puso por fin en movimiento. Subiendo por los antiguos arrecifes romanos y califales que remontan el Guadalquivir llegó a tierras de Jaén y ascendió en busca de los desfiladeros de Sierra Morena. Al-Nasir estaba bien informado sobre la actualidad y calidad de las tropas que se iban reuniendo en Toledo y procedía con cautela. En lugar de atravesar los pasos de Sierra Morena para enfrentarse a su enemigo en Castilla, como hizo su padre cuando lo de Alarcos, decidió mantenerse a la defensiva y dejar que fueran los cristianos los que hiciesen el viaje por la meseta castellana y los desfiladeros del Muradal. Así tendría de su parte dos elementos: el cansancio y desgaste de los cristianos al final de tan dura marcha y un favorable campo de batalla, puesto que os almohades ocuparían posiciones ventajosas y forzarían a los cristianos a aceptar el combate.

  Mientras tanto, en Toledo, los turbulentos huéspedes llegados de Francia no dejaban de causar problemas. El previsor arzobispo había dispuesto que los cruzados acampasen en terreno amable, entre huertas, a orillas del Tajo, apartados del núcleo de la ciudad; pero los extranjeros, sea porque no estaban tan habituados como los peninsulares a la convivencia y respeto con gente de otras religiones o culturas, o simplemente por impaciencia de la sangre y botín que esperaban conseguir en la Cruzada, asaltaron la judería toledana y la saquearon e incluso asesinaron a una parte de sus moradores, lo que llenó de pesar a Alfonso VIII.

  El 20 de junio, el ejército cristiano partió de Toledo camino del sur. En el cuerpo de vanguardia iban ultramontanos guiados por don Diego López de Haro. A los cuatro días de marcha avistaron la aldea y castillo de Malagón, que era de los moros. Inmediatamente se lanzaron al asalto, arrasaron el lugar e irrumpieron en el castillo que los defensores habían ofrecido entregar a cambio de que se respetaran sus vidas, trato común razonable muy al uso de las contiendas peninsulares. Pero los ultrapuertos, herederos de la tradición intolerante de las Cruzadas, pasaron a cuchillo a casi todos los defensores y refugiados que albergaba la fortaleza. Cumplida la jornada, acamparon allí mismo en espera del grueso del ejército con los reyes de Aragón y Castilla, que llegó al día siguiente, 254 de junio. Ya para entonces se manifestaban los problemas de abastecimiento que eran la plaga de toda expedición importante en aquella época.

  En aquella tierra que atravesaban los cristianos, casi despoblada y ayuna de recursos, estas privaciones se acentuaban. Con tales problemas llegaron a las márgenes del Guadiana y buscaron los vados para atravesarlo. En estos lugares de aguas poco profundas los almohades habían esparcido artefactos metálicos de cuatro puntas, los llamados abrojos, que se clavaban en los pies de los peones y caballos inutilizándolos para el combate. Con todo, los cristianos sortearon la vía fluvial que los separaba de Calatrava.

CALATRAVA, LA MANZANA DE LA DISCORDIA

  Calatrava era, y aún es en sus ruinas, una importante fortaleza que vigilaba el estratégico paso entre Andalucía y Castilla. En 1158, los templarios que la guardaban se reconocieron incapaces de contener el empuje musulmán y la abandonaron. Entonces un grupo de caballeros y de monjes cistercienses se establecieron en ella y la defendieron de los almohades. Esta fue el origen de la Orden de Calatrava, orden monástico-militar que el Papa aprobó en 1164. Sin embargo, a la muerte de Alfonso VII, el convento-fortaleza fue conquistado por los almohades.

  El ejército cruzado acampó cerca de Calatrava y durante tres días sus jefes estudiaron un plan de ataque. Todos estaban de acuerdo en que no era prudente dejar a sus espaldas una plaza tan importante y buen abastecida que, además, estaba defendida por el andalusí Abu Qadis, experto guerrero de la frontera. Por lo tanto debían tomar el castillo. El día 30 de junio lo atacaron violentamente y lograron conquistar su parte más accesible. Los defensores parlamentaron y Alfonso VIII les concedió franquicia para retirarse salvando sus vidas y algunos bienes. Este acuerdo indignó a los cruzados extranjeros que ya contaban con repetir la degollina de Malagón. Por otra parte, venían muy quejosos de las calores excesivas del mes de junio, de las arideces de la meseta y de las privaciones que desde hacía unos días venía sufriendo el ejército cristiano, a todo lo cual estaban más acostumbrados los peninsulares. Por estas causas, el 30 de junio, la mayoría de los extranjeros se retiraron de la Cruzada y regresaron a sus países de origen. Los más exaltados pretendían tomar Toledo, la capital desguarnecida de Castilla, para vengarse de Alfonso VIII, pero finalmente se conformaron con ir saqueando las juderías de las poblaciones por donde pasaban. Otros se dirigieron a Santiago de Compostela para ganar la peregrinación y no hacer el viaje en balde; todos, en fin, se perdieron por los caminos del Pirineo tal como habían aparecido. Un historiador calcula que la deserción de los ultramontanos redujo al ejército cristiano en un tercio de sus efectivos. La perdida mas grave no fue, sin embargo, el número, sino la calidad, pues muchos de ellos eran veteranos de guerra y soldados profesionales.

  En Calatrava, ya recuperada para su Orden, descansaron los ejércitos de Castilla y Aragón y se repusieron de hambres pasadas, pues habían encontrado la fortaleza bien avituallada. Allí se les unieron doscientos caballeros navarros al mando de Sancho el Fuerte, que había decidido deponer temporalmente su rencor y enemistad con el castellano para participar en la Cruzada.

  A dos jornadas de camino estaba Alarcos, a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real. Muchos recuerdos tristes debieron de acudir a la memoria de Alfonso VIII a la vista de aquellos campos yermos. En ellos los almohades habían machacado literalmente a su flamante ejército diecisiete años atrás. Durante todo este tiempo el fantasma de Alarcos había perseguido al rey castellano, había mediatizado sus actos y había alimentado su sed de venganza. Otro responsable de Alarcos compartía los sentimientos de Alfonso VIII y volvía a contemplar con él, después de tantos años, el escenario de su desdicha: don Diego López de Haro, el belicoso señor de Vizcaya al que muchos hacían responsable de aquella infamante derrota. Después del abandono de los ultramontanos ninguno de los dos personajes estaría completamente seguro de no estar encaminándose a otro Alarcos de dimensiones aún mayores.

  Los días 7, 8, 9 de julio los cruzados acamparon a la vista de Salvatierra, otro antiguo castillo cristiano en poder de los musulmanes. Allí pasaron revista a sus efectivos y se prepararon para la batalla.

  Mientras tanto llegaban informes del ejército almohade. Al-Nasir esperaba a los cristianos a pocos kilómetros de allí, al otro lado de las gargantas del Muradal, donde había montado sus campamentos en estratégicas posiciones.

  El grueso del ejército almohade se había asentado frente al desfiladero de la Losa, garganta rocosa tan áspera y difícil que "mil hombres podrían defenderla de cuantos pueblan la tierra". El ejército cristiano había de recorrer forzosamente este camino.

  El día 11, los cristianos acamparon en las Fresnedas. Don Diego López de Haro envío a su hijo don Lope con un destacamento a las alturas del puerto del Muradal, hoy Despeñaperros, para que reconociese el terreno y ocupase la pequeña meseta que allí existe. Los expedicionarios ganaron rápidamente las alturas y avistaron el castillo de Ferral, adelantado de Sierra Morena, donde se había instalado la avanzada almohade que vigilaba el desfiladero de la Losa. En cuanto descubrieron a los cristianos, los almohades salieron a hostigarlos.

  Al día siguiente, 12 de julio llegó el ejército cristiano al pie de Sierra Morena y nuevas tropas reforzaron a la vanguardia instalada en la meseta del Muradal. Al amanecer del día 13, el resto del ejército se les unió y acampó en la llanada. Los vigilantes almohades abandonaron prudentemente el castillo del Ferral y se replegaron hacia el sur.

  Los dos ejércitos estaban separados solamente por el desfiladero de la Losa fuertemente custodiado por los almohades. La situación de los cristianos era delicado. Sus enemigos podrían hacer, son dificultad, una carnicería de cualquier ejército que se aventurase por aquellas angosturas. Por otra parte, el paraje donde habían acampado los cruzados era áspero e inhóspito.

  Quizá lo más sensato fuera abandonarlo lo antes posible y bajar de nuevo al llano porque, además, los víveres escaseaban nuevamente. Avanzar hacia el ejército almohade a través de la mortal ratonera de la Losa era suicida. Hubo consejo de reyes y señores. Los más prudentes proponían desandar lo andado, descender al pie de la sierra y buscar otro paso que atravesara las montañas.

  Pero Alfonso VIII temía que esta retirada acabara por agotar y desmoralizar a sus huestes. Por otra parte, lo más probable era que los almohades guardaran igualmente todos los pasos de la comarca. No había alternativa. Tratarían de forzar el desfiladero de la Losa yendo en línea hacia el enemigo. La perspectiva de repetir lo de Alarcos debió de amargar aquel día a muchos veteranos.

EL PASTOR DE LAS NAVAS

  Los cristianos necesitaban un milagro y el milagro ocurrió. Al menos eso sostiene la tradición. Ante Alfonso VIII se presentó un pastor que decía conocer un paso seguro que los almohades no vigilaban. Nada se perdía con probar. Don Diego López de Haro y un destacamento de exploradores acompañaron al rústico que los llevó primero hacia el oeste y luego hacia el sur, a través de los actuales parajes del Puerto del Rey y Salto del Fraile. Así fueron a salir, esquivando los relieves más comprometidos de aquellas montañas, a la explanada de la Mesa del Rey, donde se establecieron. Don Diego López de Haro comunicó al rey que el paso del pastor era perfecto, justamente lo que necesitaban. En cuanto amaneció el día siguiente, el grueso del ejército levantó el campamento y fue a acampar en la Mesa del Rey.

  Por fin se encontraban los dos inmensos ejércitos frente a frente sin obstáculo natural que los separase. Perdida su ventaja inicial, Al-Nasir decidió plantear la batalla lo antes posible para evitar que los cansados cristianos y sus caballos se repusieran de las fatigas de la caminata. Formó pues a su ejército en orden de combate, se situó favorablemente sobre el terreno y envió columnas de caballería y arqueros para que hostigaran a los cristianos en sus posiciones. Pero los reyes cristianos no mordieron el anzuelo y la actividad bélica de la jornada se redujo a pequeñas escaramuzas sin importancia.

  Al día siguiente, domingo, 15 de Julio los almohades amanecieron formados en orden de combate y se mantuvieron de esta guisa hasta mediodía, pero los cristianos eludieron nuevamente el encuentro y se contentaron con escaramuzar. Los adalides de uno y otro bando analizaban la fuerza y disposición del adversario y tomaban las medidas oportunas para asegurarse la mejor fortuna en la batalla campal que se avecinaba.

LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS

  Pocos conseguirían conciliar el sueño en los campamentos de las Navas la noche del día 15 de Julio de 1212. Unos y otros contemplarían el parpadeo de las luces del campamento enemigo mientras esperaban impacientes la amanecida del día decisivo. Todavía era de noche cuando en el campamento cristiano circuló la orden de prepararse para el combate. Pasaron los clérigos administrando la absolución a los cruzados que aprestaban arreos y armas.

  Cuando clareo el día ya se habían desplegado las fuerzas. En el campo cristiano tres cuerpos de ejército dispuestos en línea ocupaban la llanura. El central estaba formado por las tropas de Castilla; a su izquierda, las de Aragón con Pedro II al frente y a la derecha los navarros de Sancho el Fuerte. Las dos alas habían sido forzadas con tropas de varios concejos castellanos. Cada uno de estos cuerpos estaba a su vez dividido en tres líneas ordenadas en profundidad.

  La vanguardia del cuerpo central, que sería el eje de la lucha, iba mandada por el veterano don Diego López de Haro. En la segunda línea se ordenaban los caballeros templarios, al mando del Maestre de la Orden, Gómez Ramírez; los caballeros hospitalarios, los de Uclés y los de Calatrava.

  En la retaguardia iba Alfonso VIII acompañado por el arzobispo de Toledo y otra media docena de obispos castellanos y aragoneses y probablemente también por el arzobispo de Narbona. Los nobles caballeros y freires de las órdenes militares eran guerreros profesionales y se hacían acompañar de peones y servidores igualmente experimentados, pero a las tropas de los concejos, aportadas por las ciudades castellanas, les faltaba experiencia guerrera y entrenamiento. Por eso se había dispuesto que combatieran mezcladas con las tropas profesionales. De este modo la calidad sería más homogénea y la infantería y la caballería se prestarían mutuo apoyo.

  El ejército almohade presentaba también tres cuerpos: en el primero un núcleo de tropas ligeras; en el segundo, el heterogéneo conjunto del ejército integrado por voluntarios de todo el dilatado imperio, incluyendo a los contingentes de al-Andalus; en la retaguardia, los almohades propiamente dichos ocupando la ladera del cerro de los Olivares en cuya cima Al-Nasir había plantado su emblemática tienda roja, en el centro de una fortificación de campaña construida por una amplia empalizada de troncos unidos y reforzados por cadenas. Este ingenio desempeñaba el papel de las alambradas en la guerra moderna. Defendía la empalizada una nutrida guardia de voluntarios armados de picas, arcos y hondas. Es de notar que muchos de éstos estaban atados por los muslos y enterrados hasta las rodillas. Al-Nasir, sentado sobre su escudo a la puerta de la tienda, leía el Corán e impetraba la protección de Alá en el apurado trance de aquella batalla decisiva.

UNA INFINITA MUCHEDUMBRE

  ¿Cuantos combatientes se enfrentaron en las Navas de Tolosa? Los cronistas árabes hablan de seiscientos mil combatientes musulmanes y de una innumerable muchedumbre de cristianos. Los cristianos se refieren a casi doscientos mil jinetes musulmanes y la consabida infinita muchedumbre de peones. Modernos estudiosos de la batalla cifran los efectivos almohades entre 100000 y 150000 combatientes (probablemente el primer número se más exacto que el segundo) y los cristianos entre 60000 y 80000. Incluso admitiendo las cifras más modestas, hemos de reconocer que el choque debió ser de los más espectaculares y sangrientos de la historia medieval.

  En general puede decirse que los cristianos estaban mejor armados que los musulmanes, especialmente en lo tocante a armamento defensivo: escudos, cotas de malla y yelmos de metal o cuero. El ofensivo abarcaba una amplia panoplia: lanza, espada, cuchillo, maza o hacha, alabarda, arco y honda. Por la parte almohade el armamento defensivo se limitaba prácticamente al escudo. Sus peones iban provistos de lanzas y espadas, azagayas, arcos y hondas. El predominio de las armas arrojadizas en el campo musulmán se refleja en las enormes reservas de flechas y venablos que cayeron en manos de los cristianos. El arzobispo de Narbona calculó que dos mil acémilas no serían suficientes para transportar las cajas de flechas encontradas.

  La táctica empleada por los ejércitos almohade y cristiano se basaba en concepciones del arte militar diametralmente opuestas y ambas igualmente eficaces. Por la parte cristiana, Alfonso VIII había tenido mucho tiempo para meditar sobre las enseñanzas de Alarcos. Además conocería las contramedidas que los cruzados habían desarrollado en Siria y Palestina para hacer frente a similares tácticas musulmanas. Frente al formidable bloque de la caballería cristiana que cargaba frontalmente en compacta formación, los musulmanes oponían tropas ligeras capaces de dispersarse ágilmente en todas direcciones, hurtando el blanco a la acometida enemiga, para luego agruparse y desplazándose rápidamente, envolver el enemigo y devolver el golpe en sus puntos vulnerables, la retaguardia y los flancos. Algo parecido ocurrió en Alarcos: los almohades desorganizaron las tropas de los concejos que formaban las alas del ejército castellano y rodearon al núcleo de la caballería atacándolo por los lados. Por eso, en las Navas, Alfonso VIII dispuso que los concejos combatieran mezclados con guerreros profesionales, freires o caballeros. Además reforzó convenientemente los bordes exteriores de las alas.

  El plan de combate de los reyes cristianos debía algo a la experiencia ajena, a los cruzados de Siria. Después del encuentro de Doriela, que enfrentó por vez primera en batalla campal a cruzados y turcos en 1097, los cristianos desarrollaron nuevas tácticas para evitar que las ligeras y ágiles tropas musulmanas los cercaran. Bohemundo, el gran táctico cristiano, ideó proteger los flancos del ejército con obstáculos naturales, conservar la formación cerrada para evitar el desmoronamiento de las líneas y sobre todo, mantener un cuerpo de reserva con el que atacar al enemigo cuando intentara cercar al cuerpo principal. En Palestina, la reserva era mandada por Bohemundo personalmente. En las Navas de Tolosa vemos a Alfonso VIII al frente del cuerpo de retaguardia. De la oportuna intervención de esta reserva, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, dependía el resultado de la batalla.

EL EJERCITO DE AL-NASIR

  El dispositivo almohade no era menos formidable que el cristiano. Tropas de las más variadas procedencias, representantes de cada cábila y tribu del imperio, habían convivido durante un año y medio y se habían preparado para este encuentro. El plan de batalla almohade era simple, tópico y efectivo.

  Primero sus tropas ligeras desorganizarían y cansarían al enemigo. En la vanguardia pondría sus peores tropas, la muchedumbre de fanáticos voluntarios árabes, bereberes, almohades y andalusíes atraídos por la Guerra Santa, los que aspiraban a ganar el Paraíso. Mientras los cristianos se cebaban en esta carne se cañón y la perseguían hasta posiciones desventajosas, los hábiles arqueros de Al-Nasir sembrarían la muerte en las líneas castellanas. Cuando el enemigo estuviera cansado y en terreno desventajoso, entrarían en combate los almohades para dar el golpe de gracia. Si alguna carga de los cruzados llegaba hasta el cuerpo de zaga o retaguardia almohade, las formidables defensas de su palenque y la guardia bastarían para detenerla.

  Los componentes de la guardia del palenque no eran, como sostiene la tradición historiográfica cristiana, desgraciados esclavos negros encadenados unos con otros para evitar su huida y obligados a combatir hasta la muerte. Más probablemente se trataba de fanáticos voluntarios, los llamados imesebelen (desposados) los que, ligados por un juramento, ofrecían sus vidas en defensa del Islam y se hacían atar por las rodillas para asegurarse de que se sacrificarían llegado el caso. La de los imesebelen es una institución que ha perdurado hasta nuestros días. Escribe Huici: "Los franceses han sido muchas veces testigos de su valor en las campañas argelinas. En 1854 dos columnas francesas penetraron en la Gran Cabilia y encontraron soldados desnudos hasta la cintura, vestidos tan sólo con un calzón corto y atados unos a otros por las rodillas para no huir: eran los imesebelen a quienes había que rematar a bayonetazos sin conseguir que se rindiesen"

  Una fuente árabe sostiene que en las Navas combatieron diez mil arqueros Agzaz. Esta tribu de arqueros turcos había llegado al imperio almohade, vía Egipto, unos veinticinco años atrás. El padre de Al-Nasir, el vencedor de Alarcos, uno de los más expertos generales de su tiempo, los incorporó a su ejército y los pagaba espléndidamente. El secreto de los arqueros turcos radicaba en sus arcos especialmente potentes y en la táctica que empleaban. Podían disparar con el caballo a todo galope y en cualquier dirección. Fueron, en Siria y Palestina, la pesadilla de los cruzados hasta que estos desarrollaron tácticas capaces de contrarrestar sus ataques. Es evidente que los servicios de información de ambos ejércitos funcionaban a la perfección y que cada bando conocía de antemano los efectivos del contrario y el uso que probablemente haría de ellos. Los dos estados mayores tomaron las contramedidas oportunas, aunque el cristiano se probó más acertado al adoptar las tácticas avaladas por los cruzados en Oriente.

COMIENZA LA BATALLA

  Cuando amaneció, los dos ejércitos estaban formados frente a frente a una cierta distancia. En la vanguardia del cristiano, capitaneando sus tropas de choque, don Diego López de Haro escuchaba esta advertencia de labios de su hijo: "Padre, que lo hagáis de modo que no me llamen hijo de traidor y que recuperéis la honra perdida en Alarcos". A lo que el viejo guerrero respondió: "Os llamaran hijo de puta, pero no hijo de traidor". (Lo decía don Diego porque su esposa era de costumbres libres y lo había abandonado.) Don Lope prometió a su padre: "Seréis guardado por mi como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis".

  La caballería cristiana capitaneada por don Diego cargó por la pendiente de la Mesa del Rey abajo al encuentro enemigo. El terreno era difícil, cubierto de monte bajo, arbolado y tajado por un barranco. Al choque, las avanzadas musulmanas se deshicieron y dispersaron como si huyeran, sin dejar ni un muerto en el campo, y los cristianos prosiguieron su galopada en busca del blanco firme que se ofrecía en los altozanos contiguos, donde estaba apostada una muchedumbre. Allí se produjeron los primeros choques pero los atacantes atravesaron esta segunda línea sin mayor dificultad y todavía les quedó impulso para arremeter contra el grueso del ejército almohade.

  El terreno favorecía a los musulmanes, que estaban en alto. Los cristianos llegaban a ellos cansados por la cabalgata y desorganizados por los previos encuentros. Por otra parte, las tropas que los esperaban eran de mejor calidad que las de vanguardia. No sólo rechazaron el ataque fácilmente sino que contraatacaron pendiente abajo con gran grita y ruido de los tambores de la zaga y obligaron a los cristianos a ceder terreno. Las tropas de los concejos comenzaron a desmayar, la situación no podía sostenerse ni siquiera con los refuerzos que llegaban de la segunda línea de los cruzados. Fatalmente la vanguardia cristiana se había desorganizado y desmoronado ante el empuje almohade.

  Hasta este punto rodo parecía desarrollarse con arreglo a la estrategia musulmana. Desde su puesto en la tercera línea, el rey Alfonso VIII contemplaba, entre la polvareda lejana, la retirada de las banderas de sus tropas. Creyó distinguir entre ellas el pendón de don Diego López de Haro y volviéndose al arzobispo de Toledo que a su vera estaba, comentó con disgusto: "Mirad como vuelve la seña de don Diego" Andrés Roca, ciudadano del concejo de Medina del Campo, escuchó lo que el rey decía y le replicó: "Cierto no es aquella la seña de don Diego, mas mirad adelante y veréis vuestra seña y don Diego con la suya. Los que huyen los villanos somos, que los hidalgos no, que aquella que huye la seña es de Madrid". Por menospreciarlos ante el rey con estas palabras, los aludidos asesinarían luego a Andrés Roca.

  Don Diego y los suyos se mantenían a pie firme sin ceder terreno, pero era evidente que las dos primeras líneas cristianas, asaltadas desde mejores posiciones por los veteranos almohades y penetradas y envueltas por caballería ligera del enemigo, se hallaban en desesperada situación, desorganizadas y al borde del colapso. Además, ofrecían un blanco casi inmóvil a los arqueros y hondero se Al-Nasir. Estaba claro que las fuerzas cristianas en liza no podrían, por si solas, salvar la situación. Alfonso VIII creyó llegado el momento de dirigir la carga decisiva, de cuyo resultado dependía la suerte de la jornada.

  Según la crónica, el rey dijo al arzobispo de Toledo: "Arzobispo, vos y yo aquí muramos". Y sin más plática cargaron al frente de la tercera línea para socorrer a los que estaban batallando en la ladera del palenque del Miramamolin. Al propio tiempo, sincronizando su movimiento con el del cuerpo central, entraban en combate las reservas de las alas, al mando de los reyes de Aragón y Navarra.

LA CARGA DE LOS TRES REYES

  Tal como se había planteado el encuentro del lado cristiano, esta carga tenía que ser la última y decisiva. De que fuese capaz de perforar todo el dispositivo almohade dependía la suerte final de la batalla. Si era frenada y perdía su conexión hasta verse infiltrada y desorganizada por los elementos ligeros musulmanes, como había ocurrido con los destacamentos precedentes, era seguro que la nueva derrota dejaría en mantillas al desastre de Alarcos. Los historiadores cristianos rodean la acción de Alfonso VIII de una aureola de heroísmo, como si en el supremo instante su decisión y valentía personal hubiesen salvado una batalla que estaba perdida. En realidad, como estamos viendo, la batalla no estaba decidida sino que iba discurriendo, por uno y otro bando, con arreglo a planes preconcebidos y cuidadosamente ejecutados.

  Los cruzados jugaban su última carta que era la carga definitiva de cuy éxito todo dependía. A esta oponían los musulmanes la resistencia pasiva pero formidable de una de las fortificaciones de campaña calculadas para sustituir con ventaja la falta de una caballería pesada.

  La carga de los tres reyes enfiló su objetivo y cruzó el campo de batalla sin perder cohesión: con su ímpetu inicial apenas mermado llegó al palenque del Miramamolín. De aquel momento supremo y verdaderamente decisivo del combate apenas tenemos noticias fiables. Fuentes tardías sostienen que fue Sancho el Fuerte de Navarra el primero en romper las cadenas y pasar la empalizada, lo que justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra, pero el caso es que las cadenas y palos ardiendo aparecen en los escudos nobiliarios de muchas casas que podrían blasonar igualmente de la hazaña. Lo más probable es que la empalizada, directamente atacada en toda su extensión, fuese penetrada simultáneamente por vario lugares. Los imesebelen sucumbieron en sus puestos, fieles a su promesa.

  El degüello dentro de la fortificación del Miramamolín fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la coincidencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carda de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo (todavía no se había divulgado en Europa el arco largo galés y las armas de fuego que darán al traste con la caballería en los dos siglos siguientes, como en su momento veremos). En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, principalmente por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente, cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida.

EL ALCANCE

  Lo que sucedió al enfrentamiento no fue menos terrible que el propio combate. El "alcance" que coronaba la batalla medieval dio comienzo. La caballería cristiana, dispersa en pequeños destacamentos, prosiguió su carrera alanceando y derribando a los fugitivos. La cifra de bajas almohades fue tan crecida porque en el alcance perecieron casi tantos hombres como en el combate propiamente dicho. Perseguidos y perseguidores atravesaron el abandonado campamento almohade y prosiguieron hacia el sur. Los fugitivos intentaban refugiarse en la fortaleza de Vilches, la más cercana al lugar de la batalla. Un cronista tardío escribe: "Hallaban a los moros en las encinas y en los alcornoques y allí les daban muchas lanzadas y así los derribaban".

  Los jefes cristianos habían prohibido, bajo pena de excomunión, dedicarse al saqueo de los despojos y campamento enemigos antes de que los almohades hubiesen sido completamente exterminados. Esta medida estaba plenamente justificada: sabían por experiencia que algunas batallas que parecían ganadas se comprometían o acababan en franca derrota por causa de la codicia de la soldadesca que , creyendo favorablemente decidido el combate, desatendía la lucha por saquear las tiendas de los vencidos.

  Sofocada toda resistencia almohade, los cruzados se precipitaron sobre el bien abastecido campamento enemigo, ya arrasado y en completa confusión, en busca de objetos valiosos, oro, plata, seda y vestidos, además de armas, caballos y vituallas. De todo hallaron en cantidad -- exagera probablemente el cronista-- que, aunque cada uno tomó lo que quiso, dejaron todavía mas de lo que cogieron.

  Mientras tanto, el arzobispo de Toledo y los otros obispos y clérigos que acompañaban a la expedición entonaron el Te Deum Laudamus en el mismo campo de batalla, en acción de gracias por la victoria.

  Antes de que anocheciera, los cristianos levantaron el campamento de la Mesa del Rey y lo trasladaron al emplazamiento donde había estado el campamento almohade. Luego sepultaron a sus muertos.

  Nadie contó los cadáveres de sarracenos que quedaron en el campo para pasto de alimañas. Los cronistas cristianos cifran los muertos en unos cien mil, lo que parece exagerado. Por el lado cristiano, hablan de veinticinco o treinta muertos, una cifra absolutamente inaceptable que sólo se explica por el deseo de revestir el encuentro con el carisma de lo milagroso. También aseguran que, a pesar de la espantosa carnicería producida, no se encontraron en el campo manchas de sangre. En cuanto al pastor que mostró a los cristianos un paso alternativo del desfiladero de la Losa, aseguran que era un ángel del cielo o San Isidro labrador en persona (otros dicen que era humano y se llamaba Martín Halaja).

A SANGRE Y FUEGO

  El ejército cristiano descansó en su nuevo campamento durante dos noches y un día. Durante este tiempo los vencedores alimentaron sus hogueras con lanzas, arcos y flechas almohades recogidos en el campo o en los depósitos capturados. A pesar de ello, sólo se pudieron deshacer de una mínima parte del material disponible.

  El miércoles 18, los cruzados trasladaron el campamento más al sur probablemente porque, con los valores de julio, la putrefacción de los cadáveres se había acelerado y el hedor llegaba a las tiendas. Algunos destacamentos tomaron los cercanos castillos de Vilches, Baños y Tolosa y degollaron a sus defensores y a los fugitivos de la batalla refugiados en ellos.

  Las noticias de estas matanzas sembraron el terror en la región. Cuando el ejército cristiano llegó a Baeza, tres días después de la batalla, encontró la ciudad despoblada e excepción de algunos ancianos e impedidos que se habían acogido a la mezquita mayor. Los conquistadores incendiaron el templo con cuanto contenía.

  Al día siguiente los cruzados cercaron Ubeda, ciudad populosa y bien defendida pero abarrotada de refugiados. Los cristianos dejaron pasar un día sin atacar, escrupulosos observadores del domingo, y el lunes 23 asaltaron las murallas por varios puntos simultáneamente. El Rey de Aragón consiguió desmoronar una torre minando sus cimientos. Los cruzados irrumpieron por la brecha e invadieron la ciudad. Los musulmanes que pudieron se refugiaron tras una segunda línea defensiva que cercaba el barrio alto de la ciudad y ofrecieron a los cristianos comprar la paz y sus vidas mediante fuerte rescate. Los tres reyes accedieron a cambio del pago de un millón de maravedíes en oro, una enorme suma imposible de reunir por los sitiados. Pero estos desgraciados tenían un problema aún mayor: las dignidades eclesiásticas que formaban parte de la expedición y velaban por el cumplimiento de sus ideales de cruzada hicieron saber que los cánones eclesiásticos prohibían todo trato con infieles. Por lo tanto Ubeda fue destruida y su población degollada después de espigar los que valían para esclavos.

  Con la base del sistema defensivo almohade completamente desmantelada parecía que la conquista del resto de Andalucía era empresa fácil y hacedera. Pero una epidemia de disentería, causada por la falta de higiene y el calor, a la que cabría añadir el agotamiento de la tropa (no sólo de la batalla y los asedios sino también de sus excesos con las moras cautivas), postraron en sus tiendas a gran número de cruzados. Hubo que suspender la expedición.

  Cubiertos de gloria y cargados de botín, los expedicionarios desandaron lo andado y regresaron a Castilla. La conquista de la fértil Andalucía quedaba aplazada para mejor ocasión.

  Alfonso VIII, embriagado por la gloria de su señalada victoria y cumplidamente vengado de Alarcos, entró triunfalmente en Toledo y derramó bienes y promesas sobre cuantos habían contribuido a la Cruzada. El rey de León, que no sólo no lo había apoyado sino que, aprovechando la escasa guarnición de la frontera castellana, le había tomado algunos lugares, temía que Alfonso VIII cayera sobre él con su victorioso ejército. Pero Alfonso generoso y magnánimo, no sólo le ofreció la paz sino que renunció a sus derechos sobre los lugares en disputa. A Sancho de Navarra, su enconado enemigo, que había asistido a las Navas, también le entregó los castillos y lugares fronterizos que codiciaba.

  La batalla de las Navas de Tolosa maraca un hito en la historia de España: alejó el peligro de una invasión musulmana de los reinos cristianos y contribuyó, aunque no de modo tan decisivo como se pretende, al desmembramiento y ruina del imperio almohade. Además hizo saltar el cerrojo de la puerta de Andalucía y consolidó la frontera castellana en Sierra Morena facilitando las grandes conquistas castellanas en el siglo XIII.

  Al-Nasir nunca se repuso del desastre de las Navas. Abdicó en su hijo, se encerró en su palacio de Marraquech y se entregó a los placeres y al vino. Murió, quizá envenenado a los dos años escasos de su derrota. Alfonso VIII sólo lo sobrevivió unos meses. Pedro II de Aragón, el rey caballero, pereció al año siguiente en la batalla de Muret, combatiendo a los cruzados que Inocencio III había convocado contra los herejes albigenses (Pedro II estaba auxiliando a su cuñado Raimundo IV de Tolosa), Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivió veintidós años a la batalla. Al final de su vida, atacado de alguna especie de neurastenia "a causa de su mucha grossura y de la poca salud que tenía", se recluyó en su palacio de Tudela, donde permaneció encerrado hasta su muerte en 1234.



Juan Eslava Galán
Fuente.

Versión de HO y VCT

Lo demandó el honor, y obedecieron.
Los requirió el deber, y lo acataron.
Con su sangre, la empresa rubricaron
Con su esfuerzo, la Patria redimieron.
‘¡Fueron grandes,y fuertes,
porque fueron fieles al juramento que empeñaron!
Por eso, como valientes lucharon.
Por eso, como mártires murieron.
Inmolarse por Dios fue su destino,
Amar a España su pasión entera
Servir a su Patria, su vocación y sino
No pudieron querer otra bandera
No quisieron andar otro camino
No supieron morir de otra manera

sábado, 29 de octubre de 2011

No supieron morir de otra manera


Lo demandó el honor y obedecieron,
lo requirió el deber y lo acataron;
con su sangre la empresa rubricaron
con su esfuerzo la Patria redimieron.
Fueron grandes y fuertes, porque fueron
fieles al juramento que empeñaron.
Por eso como valientes lucharon,
por eso como mártires murieron.
Inmolarse por Dios fue su destino,
salvar a España su pasión eterna,
servir al Rey su vocación y sino.
¡No supieron querer a otra Bandera!
¡No supieron andar otro camino!
¡No supieron morir de otra manera!

Martín Garrido Hernando (Poeta Carlista Burgalés), voluntario del Tercio de Requetés de Burgos-Sangüesa

Oigo, patria, tu aflicción...

A los heroes del 2 de mayo
y A la nación española



Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman,tocando a muerto,
la campana y el cañón.

Sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia a las plegarias,
y del Arte las canciones.

Lloras porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron...
¡A ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron:
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona,
que libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mia
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria,
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo
ni en los libros de la Historia.

Siempre en lucha desigual
canta su invista arrogancia
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu seno virginal
no arraigan extraños fueros,
porque indómitos y fieros
saben hacer tus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros...

Y hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre...!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al íbero león,
ansiando a España regir,
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder
que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir.

¡Guerra!, clamo ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra!,repitió la lira
con indómito cantar;
¡guerra! gritó el despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron.,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La Virgen con patrio ardor
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en el pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y cuando calmada está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere;
tu madre te vegará...!"

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes,
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libre pendones
el grito de patria zumba.
Y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba...

Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la Humanidad.
En la tumba descansad,
que el valiente pueblo íbero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero.



Bernardo López García (1840-1870)

martes, 25 de octubre de 2011

Discursod e Calvo-Sotelo: Extracto del Diario de Sesiones de las Cortes Españolas

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo tiene la palabra.
El Sr. CALVO SOTELO: Señores diputados, es ésta la cuarta vez que en el transcurso de tres meses me levanto a hablar sobre el problema del orden público.
"Lo hago sin fe y sin ilusión pero en aras de un deber espinoso, para cuyo cumplimiento me siento con autoridad reforzada al percibir de día en día como al propio tiempo que se agrava y extiende esa llaga viva que constituye el desorden público, arraigada en la entraña española, se extiende también el sector de la opinión nacional de que yo puedo considerarme aquí como vocero, a juzgar por las reiteradas expresiones de conformidad con que me honra una y otra vez.
"España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
"Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
"... España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores.)
"La vida de España no está aquí, en esta mixtificación. (Un señor diputado: ¿Dónde está?) Está en la calle, está en el taller, está en todos los sitios donde se insulta, donde se veja, donde se mata, donde se escarnece; y el Parlamento únicamente interesa cuando nosotros traemos la voz auténtica de la opinión...
"... La República, el Estado español, dispone hoy de agentes de la autoridad en número que equivale casi a la mitad de las fuerzas que constituyen el Ejército en tiempo de paz. Porcentaje abrumador, escandaloso casi, no conocido en país alguno normal, si queréis en ningún país democrático europeo. Por consiguiente, no se puede decir que la República, frente a estos problemas del desorden público, haya carecido de los medios precisos para contenerlo.
"¿Cuál es, pues, la causa? La causa es de más hondura, es una causa de fondo, no una causa de forma. La causa es que el problema del desorden público es superior, no ya al Gobierno y al Frente Popular, sino al sistema democrático-parlamentario y a la Constitución del 31...
"... España padece el fetichismo de la turbamulta, que no es el pueblo, sino que es la contrafigura caricaturesca del pueblo. Son muchos los que con énfasis salen por ahí gritando: '¡Somos los más!' Grito de tribu —pienso yo—; porque el de la civilización sólo daría derecho al énfasis cuando se pudiera gritar: '¡Somos los mejores!", y los mejores, casi siempre, son los menos.
"La turbamulta impera en la vida española de una manera sarcástica, en pugna con nuestras supuestas 'soi disant' condiciones democráticas y, desde luego, con los intereses nacionales.
"¿Qué es la turbamulta? La minoría vestida de mayoría. La ley de la democracia es la ley del número absoluto, de la mayoría absoluta, sea equivalente a la ley de la razón o de la justicia, porque, como decía Anatole France, 'una tontería, no por repetida por miles de voces deja de ser tontería'.
"Pero tu ley de la turbamulta es la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez, y vociferante y eso es lo que está imperando ahora en España; toda la vida española en estas últimas semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes espirituales, entre la avalancha hostil del número y el impulso selecto de la personificación jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo, el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo.
"Y la horda triunfa porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere rebelarse contra ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la Historia es obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. son víctimas de la horda; por eso SS. SS. no pueden imprimir en España un sello autoritario. (Rumores.)
"Y el más lamentable de los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte, por muchos motivos que no voy a desmenuzar... (Un Sr. Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.)
"... Sobre el caso me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera, sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía..." (Grandes protestas y contraprotestas.)
El Sr. PRESIDENTE: No haga su señoría invitaciones que fuera de aquí pueden ser mal traducidas.
El Sr. CALVO SOTELO: La traducción es libre, Sr. Presidente; la intención es sana y patriótica, y de eso es de lo único que yo respondo...
"... Y puesto que el debate se ha producido sobre desórdenes públicos o sobre el orden público, ¿cómo podría yo omitir un repaso rapidísimo de algunos episodios tristes acaecidos en esta materia y que constituyen un desorden público atentatorio a las esencias del prestigio militar?
"... Un cadete de Toledo tiene un incidente con los vendedores de un semanario rojo: se produce un alboroto: no sé si incluso hay algún disparo; ignoro si parte de algún cadete, de algún oficial, de un elemento militar o civil, no lo sé; pero lo cierto es que se produce un incidente de escasísima importancia. Los elementos de la Casa del Pueblo de Toledo exigen que en término perentorio... (Un Sr. diputado: Falso. —Rumores.) se imponga una sanción colectiva (siguen los rumores) y, en efecto, a las veinticuatro horas siguientes, el curso de la escuela de Gimnasia es suspendido 'ab irato' y se ordena el pasaporte y la salida de Toledo en término de pocas horas a todos los sargentos y oficiales que asisten al mismo, y la Academia de Toledo es trasladada fulminantemente al campamento, donde no había intención de llevarla, puesto que hubo que improvisar menaje, utensilios, colchonetas, etc., y allí siguen. Se ha dado satisfacción así a una exigencia incompatible con el prestigio del uniforme militar, porque si se cometió alguna falta, castíguese a quien la cometió, pero nunca es tolerable que por ello se impongan sanciones a toda una colectividad, a toda una Corporación. (Rumores)
"En Medina del Campo estalla una huelga general; ignoro por qué causa, y para que los soldados del regimiento de Artillería allí de guarnición puedan salir a la compra, consiente, no sé qué jefe —si conociera su nombre lo diría aquí, y no para aplaudirle—, que vayan acompañados, en protección, por guardias rojos (Rumores. Un señor Diputado: No es verdad. Lo sé positivamente. Siguen los rumores.) Es verdad. (Protestas.)
"En Alcalá de Henares (los datos irán, si es preciso, al Diario de Sesiones para ahorrar las molestias de la lectura). (Risas.) Tomadlo a broma; para mí esto en muy serio. (Rumores.) Un día un capitán, al llegar aquí, es objeto de insultos, intentan asaltar su coche, se ve obligado a disparar un tiro para defenderse, y es declarado disponible. (Rumores.)
"Otro día, un capitán, en la plaza municipal de Alcalá, es requerido por unas mujeres para que defienda a un muchacho que está siendo apaleado por una turba de mozalbetes; interviene, se promueve un incidente y el coronel ordena que pase al cuartel, queda allí arrestado y se le declara disponible.
"Otro día (este hecho ocurrió hace poco más de un mes) llega a Alcalá un capitán en bicicleta, el capitán señor Rubio: la turba le sigue, se mete él en su casa: la turba intenta asaltarla y tiene que defenderse: pide auxilio al coronel o al general: se lo niegan, sigue sosteniendo la defensa durante dos o tres horas; tiene que evacuar a la familia por la puerta trasera de la casa donde vive. (Rumores. El señor presidente agita la campanilla reclamando orden.)
"Al día siguiente el general de esa brigada ordena que los oficiales salgan sin uniformes ni armas a la calle, y al otro día, gracias a las gestiones que realizan los elementos de la Casa del Pueblo en los centros ministeriales, se da la urden de que en el término de ocho horas sean desplazados los dos regimientos de guarnición en Alcalá, el uno a Palencia y el otro a Salamanca... (Rumores y protestas. El señor presidente reclama orden.)
"...Yo podría alargar esta lista, pero la cierro. Voy a hacer un solo comentario, ahorrándome otros que quedan aquí en el fuero de mi conciencia y que todos podéis adivinar. Quiero decir al Sr. presidente del Consejo de Ministros que, puesto que existe la censura, que puesto que S.S. defiende y utiliza los plenos poderes que supone el estado de alarma, es menester que S.S. transmita a la censura instrucciones inspiradas en el respeto debido a los prestigios militares.
"Hay casos bochornosos de desigualdad que probablemente desconoce S.S., y por si los desconoce, y para que los corrija y evite en lo futuro, alguno quiero citar a S.S. Porque, ¿es lícito insultar a la Guardia Civil (y aquí tengo un artículo de Euzkadi Rojo, en que dice que la Guardia Civil asesina a las masas y que es homicida) y, sin embargo, no consentir la censura que se divulgue algún episodio, como el ocurrido en Palenciana, pueblo de la provincia de Córdoba, donde un guardia civil, separado de la pareja que acompañaba, es encerrado en la Casa del Pueblo y decapitado con una navaja cabritera? (Grandes protestas. Varios señores diputados: Es falso, es falso.) ¿Qué no es cierto que el guardia civil fue internado en la Casa del Pueblo y decapitado? El que niegue eso es... (El orador pronuncia palabras que no constan por orden del Sr. presidente y que dan motivo a grandes protestas e increpaciones.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Calvo Sotelo, retire S.S. inmediatamente esas palabras.
El Sr. CALVO SOTELO: Señor presidente, a mí me gusta mucho la sinceridad, jamas me presto a ningún género de convencionalismos, y voy a decir quién es el diputado que ha calificado de canallada la exposición, que yo hacía: es el señor Carrillo. Si no explica estas palabras, han de mantenerse las mías. (Se reproducen fuertemente las protestas.)
El Sr. PRESIDENTE: Se dan por retiradas las palabras del señor Calvo Sotelo. Puede seguir su señoría.
El Sr. SUÁREZ DE TANGIL: ¿Y las del Sr. Carrillo? (El señor Carrillo replica con palabras que levantan grandes protestas y que no se consignan por orden de la Presidencia.)
El Sr. PRESIDENTE: Señor Carrillo, si cada uno de los señores diputados ha de tener para con los demás el respeto que pide para sí mismo, es preciso que no pronuncie palabras de ese jaez, que, vuelvo a repetir, más perjudican a quien las pronuncia que a aquél contra quien se dirigen. Doy también por no pronunciadas las palabras de su señoría.
El Sr. CALVO SOTELO: Voy a concluir ya... Para que el Consejo de Ministros elabore esos propósitos de mantenimiento del orden han sido precisos 250 ó 300 cadáveres, 1.000 ó 2.000 heridos y centenares de huelgas. Por todas partes, desorden, pillaje, saqueo, destrucción. Pues bien, a mí me toca decir, Sr. presidente del Consejo, que España no os cree. Esos propósitos podrán ser sinceros, pero os falta fuerza moral para convertirlos en hechos.
"¿Qué habéis realizado en cumplimiento de esos propósitos? Un telegrama circular y una combinación fantasmagórica de gobernadores, reducida a la destitución de uno, ciertamente digno de tal medida, pero no digno ahora, sino hace tres meses. Y quedan otros muchos que están presidiendo el caos, que parecen nacidos para esa triste misión, y entre ellos y al frente de ellos un anarquista con fajín, y he nombrado al gobernador civil de Asturias, que no parece una provincia española, sino una provincia rusa... (Fuertes protestas.—Un Sr. diputado: Y eso, ¿qué es? Nos está provocando. El señor presidente agita la campanilla reclamando orden.)
"... Yo digo. Sr. presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a S.S. por la carga ímproba que el azar ha echado sobre sus espaldas...
(El Sr. presidente del Consejo de Ministros: Todo menos que me compadezca S.S. Pido la palabra. —Aplausos.)
"El estilo de improperio característico del antiguo señorito de la ciudad de La Coruña... (Grandes protestas.)
(El Sr. presidente del Consejo de Ministros: Nunca fui señorito. —Varios señores diputados increpan al señor Calvo Sotelo airadamente)
El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! Los señores diputados tomen asiento.
"Señor Calvo Sotelo, voy pensando en que es propósito deliberado de S.S. producir en la Cámara una situación de verdadera pasión y angustia. Las palabras que S.S. ha dirigido al Sr. Casares Quiroga, olvidando que es el presidente del Consejo de Ministros, son palabras que no están toleradas, no en la relación de una Cámara legislativa, sino en la relación sencilla entre caballeros. (Aplausos.)
El Sr. CALVO SOTELO: Yo confieso que la electricidad que carga la atmósfera presta a veces sentido erróneo a palabras pronunciadas sin la más leve maligna intención. (Protestas.)
"... Lamento que se haya alargado mi intervención por este último incidente y concluyo volviendo con toda serenidad y con toda reflexión a lo que quisiera que fuese capítulo final de mis palabras, y es que anteayer ha pronunciado el Sr. Largo Caballero un nuevo discurso y en él ha dicho que esta política, la política del Gobierno del Frente Popular, sólo es admisible para ellos en tanto en cuanto sirva el programa de la revolución de octubre, en tanto en cuanto se inspire en la revolución de octubre. Pues basta, Sr. presidente del Consejo; si es cierto eso, si es cierto que S.S., atado umbilicalmente a esos grupos, según dijo aquí en ocasión reciente, ha de inspirar su política en la revolución de octubre, sobran notas, sobran discursos, sobran planes, sobran propósitos, sobra todo; en España no puede haber más que una cosa: la anarquía. (Aplausos)
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.
El Sr. presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Casares Quiroga): Señores diputados, yo tenía la decidida intención de esperar a que tomaran parte en este debate todos los oradores que habían pedido la palabra, e intervenir entonces, en nombre de! Gobierno; pero el Sr. Calvo Sotelo ha pronunciado esta tarde, aquí, palabras tan graves, que antes que el presidente del Consejo de Ministros, quien ha pedido la palabra, diré que, impulsivamente, ha sido el ministro de la Guerra...
"... El Sr. Calvo Sotelo, con una intención que ya no voy a analizar, aunque pudiera hacerlo, ha venido esta tarde a locar puntos tan delicados y a poner los dedos, cruelmente, en llagas que, como español simplemente, debiera cuidad muy mucho de no presentar, que es obligado al ministro de la Guerra el intervenir inmediatamente para desmentir en su fundamento todas las afirmuaciones que ha hecho el Sr. Calvo Sotelo...
"... Yo no quiero incidir en la falta que cometería S.S, pero sí me es lícito decir que después de lo que ha hecho S.S. hoy ante el Parlamento, de cualquier caso que pudiera ocurrir, que no ocurrirá, haré responsable ante el país a su señoría. (Fuertes aplausos.)
"No basta, por lo visto, que determinadas personas, que yo no sé si son amigas de su señoría, pero tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan a procurar levantar el espíritu de aquellos que puede creerse que serían fáciles a la subversión, recibiendo a veces por contestación el empellón que los arroja por la escalera; no basta que algunas persona amigas de su señoría vayan haciendo folletos, formulando indicaciones, realizando una propaganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de España y de la República, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se subleve (aplausos); no basta que, después de habernos hecho probar las 'dulzuras' de la Dictadura de los siete años, S.S, pretenda ahora apoyarse de nuevo en un Ejército, cuyo espíritu ya no es el mismo, para volvernos a hacer pasar por las mismas amarguras; es preciso que aquí, ante todos nosotros, en el Parlamento de la República, S.S., representación estricta de la antigua Dictadura venga otra vez a poner las manos en la llaga, a hacer amargas las horas de aquellos que han sido sancionados, no por mí, sino por los Tribunales; es decir, a procurar que se provoque un espíritu subversivo. Gravísimo. Sr. Calvo Sotelo. Insisto; si algo pudiera ocurrir, su señoría sería el responsable con toda responsabilidad. (Muy bien; aplausos.)
"... ¿Que España no nos va a creer? ¿Cuál España? ¿La vuestra, ya que, por lo visto estamos dividiendo a España en dos? ¿Qué España no nos va a creer? Sr. Gil Robles y Sr. Calvo Sotelo, no quiero incurrir en palabras excesivas; a los hechos me remito. Ya veremos si España nos cree o no. (Prolongados aplausos de la mayoría.)
El Sr. PRESIDENTE: Distintos señores diputados han pedido la palabra. He de considerar el acuerdo adoptado por la Cámara hace unos minutos en el sentido de que, haciendo un poco expansiva la interpretación del Reglamento en lo que se refiere a las proposiciones no de ley, puedan intervenir en el debate los señores diputados que lo han solicitado.
La Sra Ibárruri tiene la palabra.
La Sra. IBÁRRURI: Sr. Casares Quiroga. Sres, ministros: Ni los ataques de la reacción ni las maniobras, más o menos encubiertas, de los enemigos de la democracia, bastarán a quebrantar ni a debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en el Gobierno que lo representa. (Muy bien.) Pero es necesario que el Gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir la ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la ley. Y si hay generalitos reaccionarios que en un momento determinado, azuzados por elementos como el Sr. Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Poder del Estado, hay también soldados del pueblo, cabos heroicos, como el de Alcalá, que saben meterlos en cintura. (Muy bien.) Y cuando el Gobierno se decida a cumplir con ritmo acelerado el pacto del Frente Popular y, como decía no hace muchos días el Sr. Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los trabajadores dispuestos, como el 16 de febrero, a aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar, una vez más, al Bloque Popular.
"Conclusiones a que yo llego: Para evitar las perturbaciones, para evitar el estado de desasosiego que existe en España, no solamente hay que hacer responsable de la que pueda ocurrir a un Sr. Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del Gobierno.
"Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes; hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho. Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia, Sr. Casaros Quíroga. Sres. ministros, no habrá Gobierno que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de España se levantarán, repito, como en el 16 de febrero, y aún, quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no deberíamos tolerar que se sentaran allí (Grandes aplausos.)
El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo tiene la palabra para rectificar.
El Sr. CALVO SOTELO: Voy a contestar ahora, rapidísimamente, unas palabras y conceptos concretos del Sr. Casares Quiroga. Su señoría ha querido darme una lección de prudencia política... Ahora bien, Sr. Casares Quiroga; para que S.S. dé lecciones de prudencia, es preciso que comience por practicarla, y el discurso de S.S. de hoy es la máxima imprudencia que en mucho tiempo haya podido culminarse desde el banco azul...
"Para mí, el Ejército (lo he dicho fuera de aquí y en estas palabras no hay nada que signifique adulación), para mí, el Ejército —y discrepo en esto de amigos como el Sr. Gil Robles—, no es en momentos culminantes para la vida de la patria un mero brazo, es la columna vertebral. Y yo agrego que en estos instantes en España se desata una furia antimilitarista que tiene sus arranques y orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la eficiencia del Ejército español.
"¿Que S.S. ama al Ejército? No lo he negado. ¿Que se trata de servir al Ejército? No lo he puesto en duda; lo que sí he advertido a S.S. es la necesidad absoluta de que se evite que el Ejercito pueda descomponerse, pueda disgregarse, pueda desmedularse a virtud de la acción envenenadora que en tomo suyo se produce... Por las calles de Oviedo, a las veinticuatro o a las cuarenta y ocho horas de la circular de S.S., que prohíbe ciertos desfiles y ciertas exhibiciones, han pasado tranquilamente uniformados y militarizados, cinco, seis, ocho o diez mil jóvenes milicianos rojos, que al pasar ante los cuarteles no hacían el saludo fascista, que a S.S. le parece tan vitando, pero sí hacían el saludo comunista, con el puño en alto y gritaban: "¡Viva el ejército rojo!'; palabras que no tenían el valor... (un señor diputado: No es cierto), lo dice Claridad. (El mismo señor diputado: No han desfilado por delante de ningún cuartel.)
"Esos vivas al ejército rojo quieren ser, quizá, una añagaza para disimular ciertas perspectivas bien sombrías sobre lo que quedaría de las instituciones militares actuales en el supuesto de que triunfase vuestra doctrina comunista. Pero no caben despistes. De los jefes, oficiales y clases del Ejército zarista, ¿cuántos militan y figuran en las filas del ejército rojo? Muchos murieron pasados a cuchillo, otros murieron de hambre; otros pasean su melancolía conduciendo taxis en París o cantando canciones del Volga. (Risas.) No ha quedado ninguno en el ejército rojo.
"Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, Sr. Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S.S. Me ha convertido su señoría en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga.
"Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (exclamaciones) y para gloria de mi España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: 'Señor, la vida podéis quitarme pero más no podéis". Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores.)
"Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día. hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S.S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly; Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria.
"Su Señoría no será Kerensky, porque no es ningún inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que S.S. no pueda equipararse jamás a Karoly." (Aplausos.)

Los Hashshashiyyín

Nizaríes

De Wikipedia, la enciclopedia libre
La fortaleza hashshashiín de Alamut.
Los nizaríes, cuyos detractores nominaron hashshashiyyín ('bebedores de hachis', deriv. del árabe "حشيش", tr. "ḥašīš" [ha∫í:∫], orig.), fueron una rama de la secta religiosa chiíta-ismaelita de los musulmanes en Oriente Medio, activa entre los siglos X y XIII. Se hizo famosa a partir del siglo XI cuando tuvo su máximo poder en la dinastía Fatimí, por su actividad estratégica de asesinatos selectivos contra dirigentes políticos o militares, Reyes.
El grupo, en origen, no era más que una comunidad de partidarios del ismaelismo en Irán, es decir, una secta minoritaria del chiismo, a su vez minoritario en un país eminentemente sunní. El gran centro de poder ismaelí era el Califato Fatimí, con sede en El Cairo. En 1090, para ponerse a salvo de las persecuciones, y dirigidos por el carismático Hasan-i Sabbah, tomaron la fortaleza de Alamut, una posición inexpugnable en las montañas, al sur del mar Caspio.La leyenda cuenta que en esta fortaleza se construyeron los jardines más bellos que el ser humano ha visto jamás, conocido, en conjunto, como "Jardín de Alá"; donde se encontraban, a la par, las mujeres más bellas. El grupo se dividía en niveles o grupos en el siguiente orden: Dais, Refik, Fedayines y Lassik. Generalmente, los Fedayines eran los que actuaban, según siempre las órdenes de Hassan, generalmente ya que los Lassik se encargaban algo mas prioritariamente de los estudios del Corán en busca de un supuesto mensaje cifrado entre sus líneas. No solo su desprecio por su vida les convertía en armas de cuidado, sino tambíen su destreza en las armas, ya que se entrenaban en el uso de dagas, espadas, arcos, armas arrojadizas y demás.
Aunque su principal y más conocida sede era Alamut, poseían muchas otras plazas fuertes en Irán y Siria, de modo que conformaban una red cohesionada y bien comunicada, a la que algunos autores califican de "Estado". Los castillos nizaríes eran difícilmente conquistables: se construían en lugares poco accesibles, aprovechando accidentes del terreno, y solían estar bien provistos en cuanto a fuentes de agua y alimentos. Desde estos lugares, los nizaríes extendieron su predicación por Irán y Siria, lo que fue visto como una amenaza por los sultanes de la dinastía turca de los selyúcidas, que controlaban Irán. Estos emprendieron varias acciones militares contra los ismailíes, que no tuvieron gran éxito. En revancha, los ismailíes emprendieron su estrategia de asesinatos contra dirigentes políticos o militares. Una de sus primeras víctimas fue Nizam al-Mulk, visir del sultán selyúcida Malik Shah, en 1092.
Dos años más tarde, en 1094, murió el califa fatimí al-Mustansir, cabeza del ismailismo, y estalló una guerra de sucesión entre sus hijos Al-Musta'li y Nizar. Los ismailíes de Irán tomaron partido por este último, que finalmente fue derrotado, provocando una ruptura entre los seguidores de Hasan-i Sabbah (que en lo sucesivo se llamarían nizaríes) y la mayoría de los ismailíes.

Contenido

Del Viejo de la Montaña a la invasión mongola

# Nombre Mandato
Gobernantes de Alamut
1 Hassan bin Sabbah 1097-1124
2 Buzurg-Ummid 1124-1138
3 Mohammed I 1138-1162
4 Hassan II 1162-1166
5 Mohammed II 1166-1210
6 Hassan III 1210-1221
7 Mohammed III 1221-1255
8 Rukh al-Din Khurshah 1255-1256
El Viejo de la Montaña en una representación cristiana medieval.
La época de Hassan bin Sabbah, llamado también el Viejo de la Montaña, ha pasado a la historia como la del auge de la secta, del mismo modo que se ha considerado a Alamut como el principal centro de irradiación nizarí. Hassan es fácilmente representable como el arquetipo de personaje de inteligencia maligna, sin escrúpulos y ávido de poder. Se cree que Hassan ponía a sus seguidores bajo los efectos del hachís (de ahí el nombre de la secta), donde disfrutaban de cualquier tipo de deseos carnales y, cundo despertaban de los efectos de la droga, hacían lo que Hassan les ordenara para poder volver a dicho paraíso. Una leyenda cuenta que un forastero amenazó con conquistar Alamut, pronunciando que sus hombres eran los más valientes de todos, pero Hassan, poniendo en duda las palabras de dicho forastero, ordenó a uno de sus hombres que se lanzara desde la torre más alta hacia el vacío, demostrado así que sus hombres eran los más valientes, pues no temían a la Muerte. En contrapartida, muchos autores, y desde luego los actuales ismailíes, hablan de su gran producción intelectual, su carácter piadoso y austero, su convicción y su genio militar. Lo cierto es que los nizaríes siguieron existiendo tras su muerte en 1124, y desde varios puntos de vista, los aspectos más importantes de la secta son posteriores al carismático líder. Los dirigentes de la secta residieron en otros lugares aparte de Alamut, y muchos de ellos fueron conocidos también con el sobrenombre "Viejo de la montaña", lo que es lógico teniendo en cuenta que se les aplicaba el tratamiento de jeque, que etimológicamente significa "anciano" (en el sentido de "venerable"), y que forzosamente residían en la montaña, pues las fortificaciones nizaríes se construían en lugares escarpados para defenderse mejor de sus múltiples enemigos.
A Hassan le sucedió su lugarteniente, Buzurg Ummid ("Gran esperanza"), y tras él su hijo, Muhammad I, en 1138. Los nizaríes seguirán practicando sus estrategias de asesinato contra los turcos y otros enemigos políticos de manera intermitente, aunque sonada: algunos de sus asesinatos más famosos son de esta época posterior a Bin Sabbah, como se ha dicho más arriba.
En tanto que rama minoritaria del ismailismo, que a su vez es rama minoritaria del chiismo, y éste rama minoritaria del islam, los nizaríes eran percibidos por la población (mayoritariamente suní) como la heterodoxia dentro de la heterodoxia, lo que explica que la mayor parte de la documentación que existe sobre la secta dé a entender que su carácter islámico era solamente aparente. Se suele insistir en su aspecto batiní, esto es, esotérico, y se dice que incluso llegaron a negociar con el rey Amalarico I de Jerusalén su conversión al cristianismo por razones de conveniencia, pretensión que habría sido abortada por las maquinaciones de los templarios.
El hecho es que el islam ismailí, aunque se atiene al ritual y las prescripciones legales de la religión, considera que éstas son secundarias respecto a la finalidad realmente importante, que es el conocimiento esotérico de los mensajes ocultos en el Corán. Esto ha propiciado que del ismailismo hayan surgido, en una nueva vuelta de tuerca, derivaciones cuya "islamicidad" está puesta en tela de juicio por la mayoría de los musulmanes, como las de los drusos y alauíes.
En 1162, Hasan II sucede a su padre Muhammad I. Bajo su mandato se produce una de esas "vueltas de tuerca", uno de los hechos más notables en la historia de los nizaríes. En el mes de Ramadán de 1164, anunció, en nombre del Imán oculto, que había llegado el momento de la "gran resurrección" (qiyama), con lo que ya no tenía sentido cumplir las prescripciones musulmanas ni seguir la sharia. El ayuno de Ramadán fue prohibido, y se alentó a los fieles a beber libremente alcohol. El reinado de Hasan II será breve, ya que 18 meses más tarde será asesinado por un partidario de la vieja doctrina. Sin embargo, su hijo Muhammad II siguió los pasos de su padre. Fue el hijo de éste, Hasan III, quien puso fin a la herejía tras la muerte de Muhammad II, en 1210. Además, los nizaríes seguirán en adelante los rituales suníes y no los chiíes.

El declive

El poder nizarí desapareció al tener que enfrentarse a dos enemigos muy poderosos. De un lado, la dinastía de los mamelucos, que había sucedido en Egipto al Sultanato Ayubí, y cuyos ejércitos, dirigidos por el sultán Baibars, tomaron el último baluarte nizarí en Siria en 1273. Por otro lado, en Irán, tras el reinado insignificante y violento de Muhammad III, que dura hasta 1255, su hijo Jur Shah debe enfrentarse con el avance de las tropas mongolas dirigidas por Hulagu Kan, nieto de Gengis Kan, dispuesto a arrasar Oriente Medio.
Los mongoles conseguirán asediar y destruir una a una todas las fortificaciones nizaríes, incluida Alamut, que quedó reducida a los cimientos, desapareciendo con ella su gran biblioteca. Jur Shah morirá camino de Mongolia, y de su familia sólo sobrevivirá uno de sus hijos, al parecer ocultado a tiempo para preservar la sucesión. Muchos nizaríes fueron masacrados.
Se sabe poco de la historia de los nizaríes tras este periodo de destrucción y masacre. Los restos de la comunidad se dispersaron en grupos aislados y sobrevivieron discretamente, amenazados y débiles ante los musulmanes ortodoxos.
Hay algunas personas que creen que éstos que permanecieron ocultos, transformaron sus creencias a algo mas formal, una "Hermandad" que aún se mueve en las sombras cumpliendo sus misiones de asesinato.

El renacimiento

En el siglo XV experimenta un relativo resurgimiento: desde Anjudan, en Irán, se retoman las predicaciones y se envían misioneros a la India y Asia Central, consiguiendo muchas conversiones. En la India, los nuevos nizaríes se llamarán Khodjas o Joyas.
En el siglo XIX, Hassan Ali Shah, descendiente lejano del hijo de Jur Shah salvado de la persecución mongola y cuadragésimo sexto imán nizarí, recibe del sah de Irán, Fath Ali, el título de Aga Khan. En 1848 se instalará en Bombay y emprenderá la reorganización comunitaria ismailí. Las autoridades británicas que gobiernan el subcontinente obligarán a los joyas a reconocer la autoridad del Aga Jan, lo que hicieron hasta la independencia de la India. Hoy en día, el heredero de los imanes nizaríes, y jefe del ismailismo, es Shah Karim al-Hussayni, conocido como Aga Khan IV.

Literatura


En la cultura popular

En el juego Broken Sword: La leyenda de los templarios, de Virgin Interactive, los hashshashiyyín juegan un papel importante como los rivales históricos de los Templarios y como los actuales enemigos de los Neotemplarios.
La novela de Umberto Eco, El Péndulo de Foucault, hace varias referencias a las posibles relaciones de los Asesinos con los Caballeros Templarios durante las cruzadas.
En la novela de Kay Meyer, El Libro del Eden, se entreteje la historia principal con el origen de los Nizaríes: El Jardín del Edén desapareció a causa de los pecados de los hombres, pero una única planta consiguió sobrevivir: la Lumina. En el año 1247, una novicia llamada Favola será la encargada de custodiar a la planta y transportarla hasta Oriente para replantar el Jardín y recuperar el paraíso perdido. Seran los descendientes Nizaríes quienes intenten impedir que la Lumina sobreviva.
La novela Ángeles y demonios de Dan Brown refleja la sociedad de los assassins en relación con los illuminati, e incluso aparece un asesino de esta sociedad con lo que se insinua la supervivencia de dicha secta hasta la época actual.
En la obra La cruz del Dorado de Cesar Mayorquín, el personaje musulman que acompaña al protagonista, es un Assassin.
El film Prince of Persia: the Sands of Time retrata unos Asesinos altamente ficcionalizados, sin apenas parecido con los nizaríes, que cumplen una función más de servicio secreto del rey de Persia que de organización quasi-estatal con objetivos propios.
En la saga de videojuegos Assassin's Creed, la historia gira en torno a la eterna lucha entre Asesinos y Templarios, haciendo referencias a determinados sucesos y personajes históricos.

Véase también

Enlaces externos